EN UN RINCÓN DE LEON...

A mi amigo Jesús:
por su GENEROSIDAD
y a todos los demás
por su amistad y hospitalidad
GRACIAS

Dejamos Boadilla pasadas las 16 horas en un espléndido día que auguraba un no menos mejor fin de semana, circulando durante cuatro horas por la A-6 rumbo al Norte, hacia Leon al encuentro de nuestro amigo Jesús y siete autocaravanas más. Después de circular por carreteras locales unos cuarenta minutos más, llegamos pasadas las 21 h y de noche ya, a nuestro destino.

Nuestro anfitrión, maestro experto en navegadores, mi “maestro GPSero”, nos había llamado un par de veces para irnos indicando el mejor camino para llegar, pero aún así quiso asegurarse de que llegáramos bien y le encontramos en la carretera, en la desviación que teníamos que tomar, haciéndonos señales con unas luces similares a las que utiliza la guardia civil. Así era imposible perderse.

Arriba nos esperaban ya un grupo de siete autocaravanas con sus ocupantes: las damas en animada tertulia y los caballeros, dispuestos ya para comenzar a hacer la cena, unas deliciosas sopas de ajo que engullimos con deleite ya que el fresco de la noche invitaba a ello. Uno a uno fuimos presentándonos, aunque no confiaba nada en mi mala memoria y si a eso sumaba la oscuridad de la noche, mucho menos iba a conseguir asociar los pocos nombres que consiguiera retener a las caras de sus dueños. Pero el calor del recibimiento hizo que mis preocupaciones al respecto desaparecieran y pronto yo me sumé a la tertulia femenina y Angel a los ya atareados cocineros. ¡Vaya! Eso me gustaba. Los papeles se habían invertido por completo. Esto prometía…

Reconocí a Adolfo, aunque no recordaba a su mujer y también a Aurelio. Pero eso daba igual ya que todos se mostraron tan hospitalarios y amigables como si nos conocieran el mismo tiempo que se conocían entre ellos.

Colocaron algunas autocaravanas para tener buena luz y en el centro pusimos unas mesas con sillas para pasar a degustar las estupendas sopas de ajo que acompañaron una buena conversación y unos ingeniosos chistes mejor que bien contados y que provocaron la hilaridad continua de los comensales. Y es que hay gente que tiene esa maravillosa habilidad que yo envidio tanto de provocar la sonrisa solo con empezar a contarlos y desatar la carcajada por muy tonto que sea el chiste contado. Si éste encima es bueno, la diversión está garantizada, como así fue.

A una hora razonable muchos empezamos ya a “caducar” y nos fuimos retirando a nuestras respectivas naves hasta que el sueño, que no tardó mucho en acogernos, nos derrotó.

Después de una tranquila noche, un luminoso día nos recibió. El sol derramaba su luz iluminando el precioso entorno que no pudimos ver ayer y del que destacaba especialmente el tono dorado de las piedras del santuario que nos acogía a sus pies.

En pié estaban ya Aurelio y un nuevo compañero, Jesusín, llegado a última hora de la noche y que paseaba a su viejito perro. Ya estábamos completos: nueve autocaravanas. Lentamente fueron despertando el resto e incorporándose al día. Nosotros acompañamos a Jesús a conocer un poco el entorno. Unos impresionantes robles centenarios rodeaban la parte posterior de este santuario, que disponía de baños que amablemente nos habían dejado abiertos, una fuente y una pequeña vivienda cercana donde se cobijaban las personas que venían a cuidar y a mostrar el edificio, además de un conjunto de mesas que se extendían por la ladera de la montaña.

Así pululamos parte de la mañana hasta que cerca de las 11h alguien se equipó dispuesto a darse un pequeño paseo que ascendía montaña arriba por una ancha y cómoda pista forestal. Y a ellos nos sumamos seis más, formando un pequeño grupo con la intención de estirar un poco nuestras piernas, mientras que del resto, unos se prepararon para dar otro paseo un poco más breve y otros se quedaron haciendo lo que sería la comida de todos, una deliciosa paella.
 
Así ascendimos en animada charla, viendo como el edificio del santuario se iba haciendo cada vez más pequeño y admirando los centenarios robles que salpicaban la ladera hasta que alcanzamos una pequeña cumbre desde la que se contemplaban unas bonitas vistas, y de allí decidimos alargar el paseo un poco más, faldeando hasta alcanzar un pequeño collado desde el que las vistas fueron aún mejor.


Y nuestros ojos alcanzaron a ver tres pequeños pueblos, al fondo las recortadas siluetas de los Picos de Europa y a un lado el característico pico del Espigüete, una de las mayores elevaciones de la Montaña Palentina, en las estribaciones de la Cordillera Cantábrica, como supe después.

Charlando, descendimos hasta reunirnos con el resto del grupo a los que se sumaron nuestros compañeros masculinos de ascensión. ¡Vaya! Esto seguía prometiendo, parece que lo de anoche no era una mera casualidad. Así, unos se dedicaron a la paella y otros …intentamos echar una mano a la vez que dábamos buena cuenta de una buena paletilla que nos íbamos turnando en cortar….pero sobre todo en comer, eso sí, sin olvidarnos de nuestros entregados cocineros.

Y en esto estábamos cuando Jesús apareció “ataviado” un “erótico” delantal que dibujaba un hombre desnudo con sus genitales cosidos en “tres dimensiones”. El impacto fue….”brutal” diría el también leonés Calleja, despertando una hilarante carcajada en nuestros sorprendidos rostros. Pero Pedro se sumó a la “particular fiesta”, entrando en su autocaravana y “vistiéndose” con otro delantal que representaba una señora estupenda en erótica ropa interior. Pero lo mejor fue la puesta en escena de ambos amigos que sin inhibición alguna y llenos de un absolutamente sano sentido del humor, nos deleitaron con picantes comentarios…Los demás nos convertimos en espectadores, retorciéndonos de risa, añadiendo comentarios al respecto o inmortalizando para la posteridad el evento. Bravo por los dos!!!

Reunimos algunas autocaravanas para improvisar un sombreado comedor, lo que no estuvo exento de cierta dificultad ya cuando creíamos que teníamos el número suficiente de sillas en lugar sombreado…descubríamos que nos faltaba alguna más, que además, no cabía. Bueno, posiblemente lo nuestro no eran las matemáticas…al menos en este sentido o la geometría.

Cuando lo conseguimos, degustaron unas deliciosas paellas. Y digo “degustaron” porque lo admito aquí públicamente, la paella, a fuer de sentirme rara, NO es mi plato favorito y yo disfruté de una ensalada, al igual que mi amiga Ángeles, aunque ella lo hacía condenada por su riguroso y como ella misma dijo, “antisocial” régimen. Pero bueno, se consoló pensando en que luego los granos de arroz se hincharían en la tripa de sus propietarios y de echo, ella y yo tuvimos una buena digestión, cosa que alguno no pudo decir de la suya. Después atacamos un exquisito melón, hicimos desaparecer del mapa una buena tarta de almendras y terminamos con el consabido café o infusión para ir escondiéndonos uno tras otro en nuestras autocaravanas excepto nuestro sacrificado maestro, que se dedicó a instalar y poner en orden nuestros navegadores. Uno tras otro fuimos pasando por su “puesto de mando”. El veló nuestro descanso mientras que su compañera trataba sin éxito de ahuyentar las innumerables moscas que se habían colado en su casa y que la imposibilitaron descansar, hasta que descubrió a través de Adolfo un “invento del diablo”: una raqueta que electrocutaba moscas, y que, además, hacía ruido al hacerlo. Pese a que tampoco caían tantas como era de esperar, su cara cambió y se entretuvo un buen rato con ella, haciendo las delicias de los demás y llenando esta hora tan “tonta” de la tarde.



Cuando todos comenzaron a asomar por este “punto central” se decidió desplazarnos a pasar la noche al pueblo de Jesús, así que en poco tiempo desmotamos el campamento y formamos una hilera que sería la desgracia de cualquier turismo al que pilláramos por medio en la carretera durante nuestro recorrido. Unos 40 kilómetros nos separaban de nuestro punto de destino e iniciamos una lenta y tranquila marcha hasta que una hora antes del anochecer llegamos y nos fuimos acoplando todos en batería en un terreno propiedad de nuestro amigo, llano y cuidado.

Ahora, el siguiente punto era conseguir las llaves de su angar para que nos cobijara durante la fresca noche leonesa, así que fuimos a buscarlas con él a su casa, paseando tranquilamente por las calles del pueblo mientras que iba relatando algunos momentos de su infancia. Y visitamos su casa, y lo que fue el taller de su padre anexo a ésta. Él estaba lleno de recuerdos y de nostalgia que nos supo transmitir con emoción. Y con las llaves en la mano, y anochecido ya, regresamos con el resto del grupo que prácticamente tenía ya preparada la cena: unos chorizos a la sidra que habían cocido a la puerta de la nave.

En muy poco tiempo, casi sin darnos tiempo a nada, se montaron las mesas, las sillas y nos dispusimos a devorar los deliciosos chorizos con huevos fritos a los que se añadió algo de un pisto casero que alguien había cocinado con verduras de su huerta, para rematar la cena con otro poquito de tarta de almendra y unas pastas.

Y entonces el sueño comenzó a extender sus tentáculos. Miré el reloj, que marcaba solo las 22,30h. Y me daba vergüenza irme a la cama a esa hora dejando de disfrutar de una deliciosa tertulia salpicada con los chistes que Pedro dejaba caer de vez en cuando. Pero un poco después de las 23 horas mi resistencia se agotó y nos retiramos a dormir, dejando a gran parte del grupo en animada charla. Y ya me desmayé.

Me desperté durante la noche unas cuantas veces, supongo que el chorizo y el huevo frito estaban pegando saltos en mi barriga…y es que me temo que ya no tengo edad para estos excesos, pero el sueño conseguía llevarme de vuelta hasta que a las 8,20 horas me sacó de la cama la alarma del teléfono: habíamos acordado con Jesús las 9,00horas para darnos un paseo en busca de fósiles y como un clavo alrededor de las 8,30, ya le vimos paseando por el exterior, disfrutando de la luz de lo que sería otro precioso día, así que preparé dos cafeteras, tomamos un corto desayuno y partimos en dirección a la iglesia del pueblo dejando durmiendo al resto del grupo.

La temperatura era perfecta, igual que la luz y Jesús nos iba mostrando en nuestro camino retazos de su pasado llenos de emoción. Y es que no podría ocultar que este lugar, en el que se desarrolló su infancia, le apasiona. Llegamos a la iglesia desde la que se tiene una preciosa vista del pueblo y luego nos dejamos caer por la ladera donde él de pequeño encontraba “huesos” que resultaron ser fósiles de trozos de coral. Encontramos muchos, junto con alguna que otra concha. Nunca habíamos recogido este tipo de fósiles, por lo que disfrutamos como enanos, no solo por la facilidad para encontrarlos si no por su abundancia llegando a convertirse en algo casi adictivo, por lo que al final casi me tuvieron que “separar con agua”. Aunque había de sobra, teníamos que dejar para los que pudieran venir detrás. Jesús nos comentó que antes se podían encontrar cosas más espectaculares y que alemanes y franceses venían a recogerlos de manera casi profesional..¡Qué poco cuidamos de nuestro patrimonio!. Todavía recuerdo en Cap gris Nez en Francia, cerca de Calais, grandes carteles prohibiendo la recogida de fósiles. Ellos saben muy bien lo que tienen y lo protegen mientras que nosotros lo ignoramos y lo dejamos perder.

Dejamos esta ladera para dirigirnos ahora a las escombreras de las minas. Pero decidimos pasar antes a dejar nuestro cargamento especial. Ya había alguien levantado, pero pocos. ¡Carai! Como duermen. Yo me debo de estar haciendo mayor, porque cada vez duermo menos y aunque sea fin de semana, no suelo pasar de las 9,00 en la cama, que despertar, despierto antes.

Atravesamos otra vez el pueblo que se encuentra desperdigado para continuar por un camino que seguía por el monte, para encontrarnos con un cartel que anunciaba una batida de jabalíes. Llegamos a lo que Jesús nos dijo que habían sido las bocaminas. Nos fue señalando qué había en cada sitio, donde ahora ya no quedaba nada: la báscula, las duchas, las casas, las entradas…Yo no conseguía imaginarme el lugar porque jamás había visto un sitio igual. Encontramos poquitos fósiles de helechos en algunas “galletas” aisladas, los suficientes como para apaciguar un poco las ganas, pero no podíamos subir más ya que nos quedamos a escasos metros del primer puesto de la batida.

Jesús se dejó llevar por sus recuerdos y regresó al accidente de su padre y a todo lo que rodeo ese fatídico día. Escuchábamos su relato y viajábamos con él en sus recuerdos compartiéndolos. Pese a que no eran hermosos en lo que nos cuenta deja traslucir su amor por este sitio y por los suyos, amor que comparte con todos lo que le rodean. Y es que mi amigo Jesús es generoso en todo y en esto también se mide la grandeza de una persona, y él, es grande.

Cuando regresábamos nos encontramos con parte del grupo que iba a caminar. Angel decidió que volvíamos a casa ya. Él tenía que preparar cosas para el día siguiente y teníamos por delante más de 4 horas de volante, así que, pese a perdernos el prometedor menú del día, callos con garbanzos y dejar de disfrutar de una más que deliciosa compañía, nos despedimos de ellos incluido Jesús después de convencerle de que podíamos volver perfectamente solos mientras que él disfrutaba de lo que quedaba de mañana con el resto del grupo en su paseo.

Junto al angar nos reencontramos con lo que quedaba del grupo, descansando unos, o ayudando a reparar algún que otro problemilla de la autocaravana de otros. Y es que parecen compartirlo todo, y lo que sabe hacer uno es ofrecido generosamente al resto de los miembros sin importar que día de la semana es, si es domingo o lunes.

Nos fuimos despidiendo de ellos, aunque en el camino de regreso comenzamos a echar de menos caras de las que no recordábamos habernos despedido. Supongo que sabrán perdonar nuestro despiste. Para mí, muchos, muchas caras nuevas, muchos corazones nuevos, y todos ellos encantadores. Todos habían hecho nuestra estancia deliciosa y en ningún momento nos sentimos desplazados. Fuimos acogidos como si nos conocieran de toda la vida. Gracias desde estas líneas a todos ellos por su calor y por unas horas absolutamente deliciosas disfrutando de la buena AMISTAD.
 

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